jueves, 19 de octubre de 2017

Así es Pepper, el robot superventas que entiende las emociones. El País.com




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Fuentes:

Nota del Compilador: Este es un artículo publicado el 23 de junio 2015 en la página Web del periódico El País, se puede consultar el original en el siguiente enlace:

El País.com  Artículo


jueves, 5 de octubre de 2017

“Sólo se puede aprender aquello que se ama”, por Francisco Mora. Educación tres punto cero.


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“La curiosidad enciende la emoción y el aprendizaje”, afirma Francisco Mora en la Tribuna que escribió para el nº 18 de la revista Educación 3.0 y que ahora reproducimos.

Mora es doctor en Medicina, doctor en Neurociencias y catedrático de Fisiología Humana. Autor del libro ‘Neuroeducación, sólo se puede aprender aquello que se ama’.

Qué hace que en una clase llena de alumnos atentos, en la que el profesor está explicando un tema determinado, los alumnos, sin ex­cepción, cambien su foco de atención desde el profe­sor y lo que explica, hacia una jirafa que entrara en la clase por una puerta, y tras pasearse por detrás de él, saliese por otra? ¿Qué despierta la jirafa que no tenga el profesor? Despierta simplemente curiosidad, uno de los ingredientes básicos de la emoción. La curiosidad, lo que es diferente y sobresale en el entorno, encien­de la emoción. Y con ella, con la emoción, se abren las ventanas de la atención, foco necesario para la creación de conocimiento.

Hoy comenzamos a saber que nadie puede aprender nada, y menos de una manera abstracta, a menos que aque­llo que se vaya a aprender le motive, le diga algo, posea algún significado que encienda su curiosidad. Para aprender se requiere ese estímulo inicial que re­sulte interesante y nuevo. Y es entonces cuando se enciende la atención de un modo poderoso. Precisamente el juego es, en los primeros años, la conducta que desarrolla el niño para aprender con el estímulo de la curiosidad. Todos los maestros y educadores, particularmente de escuela primaria pero también profesores de secundaria o de más altos nive­les de docencia, buscan encontrar la fórmula docente que les permita encender, captar la curiosidad de los alumnos en la clase. ¿En qué medida la neurociencia podría descubrir esta forma curiosa de aprender en la estructura de los propios colegios?

Lo cierto es que en el ser humano la curiosidad, ese deseo de conocer cosas nuevas, es el que lleva a la bús­queda de conocimiento no sólo en general, sino en el contexto del colegio, las universidades o en la inves­tigación científica. Así pues los circuitos cerebrales que se activan ante ciertos estímulos que encienden la curiosidad son aquellos que anticipan y adelantan la recompensa, o si se quiere el placer, y por tanto re­siden en el sistema límbico o emocional.

Hoy sabemos que una buena educación produce cambios profundos en el cerebro que ayudan a me­jorar el proceso de aprendizaje posterior y el propio desarrollo del ser humano. Hoy también sabemos la importancia que tiene proyectar mejores escuelas con mucha luz, control de la temperatura y del ruido, es decir el diseño del colegio mismo (neuroarquitectura), lo que rodea su entorno y desde luego la cultura en la que se vive. En este contexto, ya se empieza a hablar de la necesidad de extraer los conocimientos que apor­ta la neurociencia cognitiva y la psicología cognitiva y llevarlos a las aulas con la finalidad de aprender y enseñar mejor, es decir, hacerlo de una manera más eficiente, nueva y diferente de como hasta ahora se ha hecho utilizando nuevas estrategias.

Porque, ¿qué sabemos del cerebro cuando apren­de y cómo lo hace? ¿Qué sabemos del cerebro cuando enseña y cómo lo hace? ¿Qué funciones cerebrales conocemos hoy esenciales en la transmisión del conocimiento, es decir, aplicables a la enseñanza? ¿Qué daños psicológicos cerebrales siquiera suti­les impiden o dificultan el aprendizaje de los niños? Son preguntas que todavía no se pueden contestar con propiedad, pero sí esbozar algunas respuestas nuevas. En cualquier caso, hoy es bien cierto que la neurociencia comienza a aclarar los ingredientes neuronales de lo que conocemos como emoción, cu­riosidad, atención, conciencia, procesos mentales, aprendizaje, memoria y consolidación de la memoria. Por ejemplo, sabemos que lo que llamamos atención no es un fenómeno singular y único sino que se refiere a procesos cerebrales diferentes según los estímulos que se reciben y a los que prestamos interés. Conocer todos esos ingredientes de la atención en términos neurobiológicos y educativos puede ayudar a conocer los tiempos reales y los componentes reales necesarios para poder adecuar las enseñanzas a cada edad y hacerlas más efectivas y eficientes.


Fuentes:
Nota del Compilador: Este es un artículo publicado el 15 de junio 2015 en la página Web Educación tres punto cero, se puede consultar el original en el siguiente enlace:

Educación tres punto cero.com Artículo

El gusto por la cocina facilitó la aparición del cerebro humano. El País.com



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  • By Daniel Mediavilla, elpais.com
  • junio 13º, 2015


Fotograma de la película "En busca del fuego", que gira en torno a los esfuerzos de los primeros humanos que trataron de controlar el fuego.


El cerebro es una herramienta muy útil, pero muy cara de mantener. Se suele estimar que, aunque solo constituye el 2% de la masa del cuerpo, consume el 25% de la energía. En reposo, este órgano gasta casi diez veces más que el músculo. Esa característica ha hecho necesario buscar explicaciones a los mecanismos que utilizó la evolución para hacer posible la expansión del cerebro, que ha doblado su tamaño desde hace algo más de dos millones de años, cuando se sitúa la aparición de los primeros humanos.

Un problema fundamental es la alimentación. Para explicar el origen de la gran cantidad de energía necesaria para alimentar el cerebro humano, algunos investigadores, como el español Manuel Domínguez-Rodrigo, han apuntado a una dieta cada vez más carnívora. Otros, sin embargo, consideran que la carne sola no resolvería el problema.

Richard Wrangham, profesor de antropología biológica de la Universidad de Harvard (EE UU), estima que, si comiésemos como los chimpancés, necesitaríamos cinco kilos de alimento diario para sobrevivir. Además, procesar toda esa comida, en la que se incluyen frutas y algunos animales pequeños, requeriría pasar seis horas diarias masticando. En su opinión, el cambio que habría liberado la energía necesaria de la comida es la cocina. Pasados por el fuego, los alimentos se vuelven más fáciles de digerir y en la misma cantidad que crudos dejan más calorías en el organismo.

Un chimpancé dedica casi la mitad de su día a masticar, frente al 4,7% requerido por los humanos.

La semana pasada, Félix Warneken, Alexandra G. Rosati, de las universidades de Harvard y Yale (EE UU), publicaron los resultados de un estudio que sugiere que el germen de la capacidad para cocinar habría aparecido hace más de seis millones de años, cuando vivió el último ancestro común entre los humanos y el chimpancé, nuestro pariente más cercano. En un grupo de experimentos con chimpancés, mostraron que estos animales prefieren la comida cocinada a la cruda, entienden lo que sucede con la comida cruda cuando se cocina y pueden aplicar ese conocimiento en distintos contextos, y son capaces de guardar o arriesgar comida cruda a cambio de tener la oportunidad de cocinarla para comérsela después.

Este gusto por la comida cocinada y la capacidad para entender cómo se produce habría permitido que los humanos comenzasen a pasar sus alimentos por el fuego poco después de controlarlo. Pese a esta tendencia, el problema para la hipótesis de Wrangham se encuentra en la dificultad para encontrar pruebas definitivas del uso del fuego hace casi dos millones de años, cuando comenzaron los cambios que permitieron la aparición de los humanos modernos. Muchos antropólogos consideran que no existen evidencias fiables de dominio del fuego hasta hace medio millón de años, otro momento en el que se observa un salto adelante en la evolución del tamaño cerebral. Para ellos sería posible que el aumento del consumo de carne facilitase la primera revolución y la cocina de los alimentos, la segunda.

Algunos hallazgos recientes, como los realizados en la cueva de Wonderwerk, en Sudáfrica, indican, no obstante, que los humanos de hace más de un millón de años, probablemente Homo erectus, ya utilizaban el fuego, aunque no es sencillo determinar si eso significaba que eran capaces de dominarlo o mantenían fuegos obtenidos de fuentes naturales.

El fuego también facilitó el crecimiento del cerebro favoreciendo la aparición del lenguaje.

Una incorporación antigua de la cocina sería una manera de explicar cómo fue posible la transformación física de los humanos que protagonizaron los erectus. La dieta más fácil de procesar habría permitido una reducción en el tamaño de los colmillos y la longitud del intestino, liberando energía para cebar un cerebro en crecimiento.

Sin embargo, el fuego no es lo único que diferencia la dieta humana de la de los chimpancés. En una época de crisis, cuando los cambios climáticos transformaron los bosques tropicales en los que vivían los ancestros humanos en regiones de sabana, se produjeron innovaciones que cambiarían el rumbo evolutivo de aquellas especies de primates. Entre otras cosas, las proteínas de origen animal ganaron espacio en la dieta, a través de la carroña y, luego, de la caza, pero en general se añadieron fuentes diversas de alimentos energéticos. El uso de herramientas, que también se empezó a generalizar en aquel tiempo, ayudaría a sustituir los grandes aparatos digestivos y el tiempo necesario para masticar la comida necesaria para sobrevivir. En un estudio publicado en PNAS, Wrangham y otros colaboradores calcularon el tiempo que los chimpancés, los humanos y algunas especies extintas pasaban cada día masticando y comiendo. Los chimpancés ocupan en estos menesteres el 48% de su tiempo frente al 4,7 estimado para los humanos. Una especie extinta como el Homo erectus empleaba el 6,1% de su tiempo a masticar y comer y los neandertales llegaban al 7%.

Esta liberación de tiempo y energía, además de facilitar cambios físicos habría tenido consecuencias sociales. Eudald Carbonell, investigador del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) y codirector de los yacimientos de Atapuerca, considera que el control del fuego y su aplicación a la cocina fue relevante para el crecimiento del cerebro humano. Sin embargo, recordando que los grandes cambios evolutivos no suelen tener una explicación única y simple, considera que el papel más relevante del fuego en la humanización “fue sobre todo la introducción del lenguaje”. En su opinión, esta herramienta con la que se construyó la sociedad surgió alrededor del fuego y fue “el lenguaje el factor fundamental que impulsó el crecimiento del cerebro”.


Fuentes:
Nota del Compilador: Este es un artículo publicado el 13 de junio 2015 en la página Web del periódico El País, se puede consultar el original en el siguiente enlace:

El País.com Artículo