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- elpais.com
- junio 13º, 2015
Fotograma
de la película "En busca del fuego", que gira en torno a los
esfuerzos de los primeros humanos que trataron de controlar el fuego.
El cerebro es
una herramienta muy útil, pero muy cara de mantener. Se suele estimar que,
aunque solo constituye el 2% de la masa del cuerpo, consume el 25% de la
energía. En reposo, este órgano gasta casi diez veces más que el músculo. Esa
característica ha hecho necesario buscar explicaciones a los mecanismos que
utilizó la evolución para hacer posible la expansión del cerebro, que ha
doblado su tamaño desde hace algo más de dos millones de años, cuando se sitúa
la aparición de los primeros humanos.
Un problema
fundamental es la alimentación. Para explicar el origen de la gran cantidad de
energía necesaria para alimentar el cerebro humano, algunos investigadores,
como el español Manuel Domínguez-Rodrigo, han apuntado a una dieta
cada vez más carnívora. Otros, sin embargo, consideran que la carne sola no
resolvería el problema.
Richard
Wrangham, profesor de antropología biológica de la Universidad de Harvard (EE
UU), estima que, si comiésemos como los chimpancés, necesitaríamos cinco kilos
de alimento diario para sobrevivir. Además, procesar toda esa comida, en la que
se incluyen frutas y algunos animales pequeños, requeriría pasar seis horas
diarias masticando. En su opinión, el cambio que habría liberado la energía
necesaria de la comida es la cocina. Pasados por el fuego, los alimentos se
vuelven más fáciles de digerir y en la misma cantidad que crudos dejan más
calorías en el organismo.
La semana
pasada, Félix Warneken, Alexandra G. Rosati, de las universidades de Harvard y
Yale (EE UU), publicaron los resultados de un
estudio que sugiere que el germen de la capacidad para cocinar habría
aparecido hace más de seis millones de años, cuando vivió el último ancestro
común entre los humanos y el chimpancé, nuestro pariente más cercano. En un grupo de experimentos con
chimpancés, mostraron que estos animales prefieren la comida cocinada a la
cruda, entienden lo que sucede con la comida cruda cuando se cocina y pueden
aplicar ese conocimiento en distintos contextos, y son capaces de guardar o
arriesgar comida cruda a cambio de tener la oportunidad de cocinarla para
comérsela después.
Este gusto por
la comida cocinada y la capacidad para entender cómo se produce habría
permitido que los humanos comenzasen a pasar sus alimentos por el fuego poco
después de controlarlo. Pese a esta tendencia, el problema para la hipótesis de
Wrangham se encuentra en la dificultad para encontrar pruebas definitivas del
uso del fuego hace casi dos millones de años, cuando comenzaron los cambios que
permitieron la aparición de los humanos modernos. Muchos antropólogos
consideran que no existen evidencias fiables de dominio del fuego hasta hace
medio millón de años, otro momento en el que se observa un salto adelante en la
evolución del tamaño cerebral. Para ellos sería posible que el aumento del
consumo de carne facilitase la primera revolución y la cocina de los alimentos,
la segunda.
Algunos hallazgos recientes,
como los realizados en la cueva de Wonderwerk, en Sudáfrica, indican, no
obstante, que los humanos de hace más de un millón de años, probablemente Homo
erectus, ya utilizaban el fuego, aunque no es sencillo determinar si eso
significaba que eran capaces de dominarlo o mantenían fuegos obtenidos de
fuentes naturales.
Una incorporación
antigua de la cocina sería una manera de explicar cómo fue posible la
transformación física de los humanos que protagonizaron los erectus. La dieta
más fácil de procesar habría permitido una reducción en el tamaño de los
colmillos y la longitud del intestino, liberando energía para cebar un cerebro
en crecimiento.
Sin embargo, el
fuego no es lo único que diferencia la dieta humana de la de los chimpancés. En
una época de crisis, cuando los cambios climáticos transformaron los bosques
tropicales en los que vivían los ancestros humanos en regiones de sabana, se
produjeron innovaciones que cambiarían el rumbo evolutivo de aquellas especies
de primates. Entre otras cosas, las proteínas de origen animal ganaron espacio
en la dieta, a través de la carroña y, luego, de la caza, pero en general se
añadieron fuentes diversas de alimentos energéticos. El uso de herramientas,
que también se empezó a generalizar en aquel tiempo, ayudaría a sustituir los
grandes aparatos digestivos y el tiempo necesario para masticar la comida
necesaria para sobrevivir. En un estudio publicado en PNAS,
Wrangham y otros colaboradores calcularon el tiempo que los chimpancés, los
humanos y algunas especies extintas pasaban cada día masticando y comiendo. Los
chimpancés ocupan en estos menesteres el 48% de su tiempo frente al 4,7
estimado para los humanos. Una especie extinta como el Homo erectus
empleaba el 6,1% de su tiempo a masticar y comer y los neandertales llegaban al
7%.
Esta liberación
de tiempo y energía, además de facilitar cambios físicos habría tenido
consecuencias sociales. Eudald Carbonell, investigador del Instituto Catalán de
Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) y codirector de los yacimientos
de Atapuerca, considera que el control del fuego y su aplicación a la cocina
fue relevante para el crecimiento del cerebro humano. Sin embargo, recordando
que los grandes cambios evolutivos no suelen tener una explicación única y
simple, considera que el papel más relevante del fuego en la humanización “fue
sobre todo la introducción del lenguaje”. En su opinión, esta herramienta con
la que se construyó la sociedad surgió alrededor del fuego y fue “el lenguaje
el factor fundamental que impulsó el crecimiento del cerebro”.
Fuentes:
Nota del Compilador: Este es un artículo publicado el 13
de junio 2015 en la página Web del periódico El País, se puede consultar el
original en el siguiente enlace:El País.com Artículo
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